EL HOLOCAUSTO
A mediados del siglo XIX el poeta jud�o alem�n Heinrich Heine, frente a la persecuci�n antisemita de la que era v�ctima su obra, profetiz� que un pueblo que quemaba libros a la larga quemar�a tambi�n a la humanidad.Un siglo despu�s su prof�tica advertencia se materializaba en los hornos crematorios de los diversos campos de exterminio diseminados en toda Alemania y en los territorios ocupados por el Tercer Reich.Las palabras de Heine prueban que el racismo y la xenofobia eran un sentimiento muy arraigado en el pueblo alem�n mucho antes de que Hitler y sus partidarios nacieran; personalidades como Lutero, Federico el Grande y Richard Wagner ya hab�an sugerido la deportaci�n o el exterminio del pueblo jud�o.Adolf Hitler se limit� a capitalizar este enfermizo y ancestral odio racial para ganarse el favor de su pueblo.En los primeros a�os de su lucha por el poder, Hitler pronto advirti� durante sus discursos, que las frases antisemitas ten�an mejor recepci�n en su auditorio que las denuncias sobre el tratado de Versalles o las afirmaciones tendientes a inflamar el sentimiento nacionalista.A partir de entonces diagram� su carrera pol�tica explotando h�bilmente la xenofobia de su pueblo y despertando las cualidades m�s nefastas de los alemanes. El desarrollo posterior de los acontecimientos que desembocar�a en un tr�gico Holocausto se produjo casi por decantaci�n.La acci�n de las SA y luego de las SS de Himmler en la lucha de los nazis por la toma del poder fueron sobrevaluadas por la historiograf�a de la posguerra.De la misma forma que se sobredimension� el poder de la propaganda de Goebbels para tratar de justificar la actitud del pueblo alem�n en esos a�os, el poder de intimidaci�n de las escuadrillas nazis tuvo una �nfima incidencia en el comportamiento de la sociedad alemana.De hecho, la polic�a y las autoridades de la Rep�blica de Weimar actuaron en connivencia con los nazis, y la aristocracia alemana junto a los grandes industriales que luego se enriquecer�an con la guerra de Hitler, aportaron ingentes sumas de dinero para que los nazis accedieran al poder.Un mito muy arraigado en la historiograf�a de la posguerra se�ala que los alemanes fueron mantenidos al oscuro de la llamada soluci�n final.Sin embargo, basta leer el "Mein Kampft" de Hitler, publicado en 1924, para advertir cuales eran sus reales intenciones con respecto a los jud�os.En dicho libro que luego ser�a material de lectura obligatoria en todas las escuelas alemanas, Hitler explica claramente su idea de como extirpar el "c�ncer jud�o" del seno de la sociedad alemana e incluso adelanta sus futuras intenciones con respecto a una invasi�n del Este de Europa.Los inumerables discursos p�blicos en donde hace una expl�cita referencia al problema jud�o quedan como un testimonio indeleble de la complicidad del pueblo alem�n en el mayor genocidio de la historia humana.La compleja y gigantesca maquinaria de muerte que se instaur� en Alemania a partir de 1933 hubiese sido imposible sin la participaci�n activa de distintos sectores del pueblo alem�n.Los alemanes no solo sab�an del plan de matanzas que llevaba a cabo su gobierno sino que en muchos casos colaboraron activamente delatando a familias jud�as o realizando tareas "comunitarias" en los distintos campos de concentraci�n y de exterminio.Buchenwald, Dachau, Hinzert, Bergen-Belsen, Esterwegen y otros grandes centros de exterminio se hallaban situados en el coraz�n de Alemania y algunos de ellos como Dachau ya funcionaban en 1933.La poblaci�n civil alemana actu� en esos a�os con tal grado de virulencia que incluso las SS debieron intervenir muchas veces para preservar la paz y seguridad de las calles.El sadismo y el grado de criminalidad demostrado por el personal afectado en los campos de exterminio superaba largamente el alcance de las �rdenes superiores.Ni�os, mujeres y ancianos eran asesinados despu�s de haber sido rebajados a una condici�n infrahumana.La pesadilla de los deportados se iniciaba en el interminable viaje en vagones de ganado que los habr�an de conducir a los distintos centros de tortura y exterminio.Quienes sobreviv�an al terror�fico viaje en tren eran seleccionados a su llegada y los m�s d�biles eran r�pidamente eliminados con tiros en la nuca, gaseados o enterrados vivos en fosas con cal ardiente.Millones de ni�os, mujeres y ancianos padecieron este destino.Los m�s "afortunados" eran internados en los campos de concentraci�n donde eran sometidos a todo tipo de vejaciones e incluso eran objeto de experimentos cient�ficos hasta que mor�an de inanici�n o de disenter�a.Los prisioneros eran empleados en las m�s diversas tareas, desde la construcci�n de carreteras hasta la fabricaci�n de armamentos, el trabajo inhumano en la explotaci�n de la minas o prestaban los m�s variados servicios a las industrias privadas.Los empresarios alemanes intercambiaban con las SS el empleo de mano de obra barata a cambio de dinero y la mayor�a de estos empresarios siguieron en su actividad sin interferencias ni juicios despu�s de la guerra.Los internados resultaban �tiles incluso despu�s de muertos.El pelo de las v�ctimas era convertido en fieltro industrial, los huesos sin quemar se vend�an a firmas industriales, las cenizas se utilizaban como fertilizantes y los dientes de oro generaban importantes ingresos.
Fosas comunes
La esposa del
comandante del campo de Buchenwald ten�a en su habitaci�n l�mparas cuyas
pantallas fueron elaboradas con la piel tatuada de algunas v�ctimas.El suyo no
fue un caso aislado y cientos de alemanes decoraron sus casas con piezas
humanas.Claro que para los alemanes, los jud�os no eran humanos y tampoco lo
eran los gitanos, polacos, italianos y toda etnia que no fuera de sangre
teutona.Por eso cuando se habla de genocidio jud�o se circunscribe la
masacre a un grupo en particular cuando en realidad millones de seres no jud�os
tambi�n fueron v�ctimas del odio antisemita.Para que se tenga una idea, solo
en el frente oriental m�s de dos millones de civiles rusos y polacos no jud�os
fueron v�ctimas de las Waffen SS o batallones de la muerte que mataban a
residentes, l�deres locales, rehenes, prisioneros de guerra y curiosos sin
detenerse en su condici�n religiosa.De la misma manera, se distorsiona la
historia cuando se dice que el genocidio fue hecho por los nazis o por Hitler y su reducido grupo de colaboradores directos.Las SS(divisiones
selectas del partido nazi) representaban num�ricamente
hablando un �nfimo porcentaje del ej�rcito regular compuesto en su mayor�a
por ciudadanos comunes, incluyendo a ministros, industriales y
oficiales de baja graduaci�n que jam�s pertenecieron al partido nazi.Sin embargo,
todos ellos participaron activamente en el genocidio desde los campos de concentraci�n, en
los pa�ses ocupados o explotando indiscriminadamente la mano de obra barata en
las zonas de ocupaci�n. Millones de trabajadores europeos fueron conducidos a
la fuerza hasta Alemania para trabajar en sus industrias, ocupando los puestos
de quienes part�an al frente para servir en la guerra. Muchos de estos
trabajadores(italianos, franceses, polacos,etc) no eran jud�os pero pagaron el
precio de la ocupaci�n con deportaciones y vidas mis�rrimas que causaban la
muerte.Los tristemente c�lebres campos de exterminio de Auschwitz y
Treblinka, ubicados en territorio polaco, cuentan con el mayor n�mero de v�ctimas
que seg�n algunas estimaciones supera los cuatro millones de muertes.Otras seis
millones de personas fueron asesinadas en los campos de concentraci�n ubicados
en Alemania y un n�mero sin
determinar de seres humanos fue masacrado por los alemanes en los territorios ocupados y en los Kommandos o sucursales de
los grandes campos de exterminio.Jam�s se sabr� el n�mero exacto de v�ctimas
ni la proporci�n de muertes seg�n el tipo de etnia pero es indudable que los
jud�os fueron quienes padecieron la mayor cantidad de muertes que de acuerdo a
algunas estimaciones rondar�a las seis millones de personas.
Ni�os bajo experimentaci�n
Sin
dejar de reconocer honrosas excepciones, el comportamiento del pueblo alem�n
durante el gobierno de Hitler,en t�rminos generales, tuvo la actitud de un
pueblo b�rbaro y criminal que no se ajusta a los par�metros de una sociedad
civilizada.La estad�stica de los hechos demuestra que la mayor�a de los
ataques que sufrieron los "extranjeros" en territorio alem�n fueron
obra de la poblaci�n civil y no de
las SS o la Gestapo, m�s a�n en tiempos de guerra cuando la mayor parte de su
personal se hallaba afectado en los distintos frentes de batalla.Si pensamos
que el nivel de matanzas alcanz� sus niveles m�s altos a partir de 1940 resulta m�s que evidente la participaci�n activa y espont�nea de la
poblaci�n civil en la maquinaria de muerte.Muchas veces la historiograf�a
de la posguerra ha hecho hincapi� en el grado de coerci�n e intimidaci�n al
que era sometido el pueblo alem�n por parte de sus autoridades.Esta infame
mentira queda al descubierto cuando se analizan los �ltimos meses de la
guerra.En un pa�s devastado por las bombas enemigas, con el sistema estatal
desarticulado, las v�as de comunicaci�n rotas y con un Hitler enfermo y
encerrado en su bunker, la coerci�n estatal era nula y, sin embargo, las madres
alemanas no dudaban en mandar a morir a sus hijos, a veces ni siquiera
adolescentes, de manera absolutamente espont�nea.A fines de 1944 mientras
Alemania se derrumbaba en todos los frentes, el nivel de matanzas en los campos
de exterminio lleg� a tener un promedio de 24.000 asesinatos diarios (!!!).Hasta
que no se difundi� la noticia de la muerte de Hitler, los alemanes siguieron
luchando por su F�hrer con un fanatismo ciego que ni la mejor operaci�n de
prensa pudo inculcarles.Los hechos prueban que no se trata ciertamente de la
conducta de un puebo oprimido o confundido por la propaganda de Goebbels como
recita la historia oficial.No obstante el enorme grado de responsabilidad y
culpabilidad que pesa sobre su historia, el pueblo alem�n no pag� sus
culpas y s�lo un pu�ado de hombres conocieron el rigor de los tribunales al t�rmino
de la guerra.Se dir� que los alemanes pagaron su precio de responsabilidad con
sus ciudades devastadas y sus cientos de miles de muertos pero eso fue a
consecuencia de una guerra que ellos provocaron en nombre de sus
"necesidades vitales de expansi�n" o Lebensraum.